Dúo Ungureanu-Croitoru (Piano y violín)
1. Johannes Brahms (Hamburgo, 7.05.1833 – Viena, 3.04.1897)
Sonata para violín y piano en La mayor, Op. 100.
Escrita en 1886 en Hofstetten, cuando Brahms veraneaba junto al lago de Thun (en Suiza), y editada en Berlín en 1887, es la segunda de sus tres sonatas para violín y piano. Fue su su amigo el escritor y poeta Widmann quien vinculó la sonata con el lago, llamándola “Thunersonate”, etiqueta que aun hoy lleva como reflejo de un inmortal paisaje. Muchos biógrafos advierten otro elemento positivo en torno a Thun: la figura de Hermine Spies, cantante e intérprete refinada de los lieder alemanes y, en particular, los de Brahms, algunos de ellos, compuestos en ese lugar, son llamados en conjunto “Spier-Lieder”. Los veraneos de Brahms en lugares paradisíacos le hicieron decir que “Todo en estos lugares produce la emoción de un canto absoluto”. Esta emoción se torna en alegría de vivir y serena felicidad también en la Sonata Op. 100. Suena a primavera, a una última racha de juventud, a pesar de los 53 años de edad del músico. Fue estrenada en diciembre de 1886 por el violinista vienés Hellmesberger y el autor al piano.
1. El primer movimiento señala ya este “estado de gracia”, pleno de inspirada frescura y fluidez.
2. El segundo movimiento continúa el ambiente de serenidad del conjunto, a pesar de que hay alternancia entre fragmentos lentos con otros más rápidos, en forma de “scherzo”, pero que se mantienen unidos mediante un hábil encadenamiento de elementos contrastantes.
3. El tercer movimiento muestra una alegría más danzante y caprichosa. Se advierte cómo en cada retorno entre el andante y el vivace, la idea melódica va siendo elaborada, retocada o modificada, produciendo efectos poéticos y fantásticos.
4. Al final se confirma la amabilidad de la pieza. Su indicación “alegretto grazioso, quasi andante”, escrito en un tempo casi lento, nos viene a confirmar, definitivamente, la naturaleza distendida de esta sonata.
2. Ludwig van Beethoven (Bonn, 16.12.1770 – Viena, 26.03.1827)
Sonata para violín y piano Nº 7, Op 30 nº2.
El opus 30 es un conjunto de tres sonatas para violín y piano compuestas en 1802 y dedicadas al emperador Alejandro I de Rusia. Entre ellas la más sobresaliente es, sin duda, la segunda en Do menor. Se caracteriza por el vigor y la pasión que suscita. Ya la sordera era más que preocupante, tanto que es ese año cuando redacta el conocido documento titulado como “Testamento de Heiligenstadt”, si bien las sonatas fueron terminadas –probablemente- antes del dramático verano pasado en esa localidad. El año anterior había escrito una carta a su amigo Wegeler que “cada día me siento más cerca de la meta que siento pero no puedo describir. Nada de descansar; voy a agarrar al destino por el cuello para impedir que me doblegue”. Este conflicto entre la sordera que ya le atenazaba y el entusiasmo juvenil con que la afronta es lo que refleja esta sonata.
Es la única de las tres sonatas con cuatro movimientos, entre los que destaca el segundo, un imponente “adagio cantabile”, uno de los más bellos escritos por Beethoven. Comenzado por el piano, es recogido por el violín quien lo desarrolla hasta llegar a una unión entre los dos instrumentos, desarrollando una habilidad extraordinaria seguida de emociones indescriptibles.
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FIGURAS: Beethoven en 1801 y los dos violines
que le regaló, junto con viola y violoncelo,
el príncipe Lichnovski cuando el compositor
compuso sus primeros cuartetos.
Es importante tener en cuenta que a finales del siglo XVIII, es decir, muy poco antes de que Beethoven escribiera obras para violín solista, los violines existentes en Europa comenzaron a sufrir cambios estructurales para proporcionarles mejores propiedades sonoras. Ya los conciertos de Vivaldi – y no digamos los de Bach- exigían un protagonismo que desbordaba las (ahora lo sabemos) suaves sonoridades del violín barroco. En definitiva: Beethoven escribe ya para un violín barroco al que se le han hecho alguna -o muchas- de las reformas estructurales siguientes: alargamiento del diapasón, engrosamiento de la barra armónica, una angulación del mástil (y por tanto, también del diapasón) en relación con el cuerpo del instrumento, una mayor altura del puente, las cuerdas empezaron a no ser de tripa, cambios en la forma y longitud del arco, etc. Estos cambios dieron lugar a una sonoridad del instrumento que gustaba cada vez más a compositores e intérpretes, de modo que tuvo que llegar el momento en el que ya se fabricaran con esas modificaciones incorporadas, cosa que ocurrió definitivamente a mediados del XIX de la mano del luthier francés Vuillaume.
3. César Franck (Lieja, 10.12.1822 – París, 08.11.1890)
Sonata para violín y piano en La mayor.
Órgano de Sta. Clotilde, París.
César Franck fue organista de la iglesia de Santa Clotilde, en París, durante más de treinta años, escribiendo para este instrumento el la gran mayoría de su obra. Profesor de varias generaciones de músicos, era ordenado, bondadoso y serio. Su personalidad musical maduró lentamente, estando ligada a una especie de neoacademicismo impulsado y representado por él mismo, por lo que recibió el nombre de “franckismo”. Sus mejores composiciones fueron creadas después de cumplir los 50 años, cuando ya había desarrollado el “método cíclico”, un procedimiento formal que aplicaría a casi todas sus obras, entre las que destacan, aparte las escritas para órgano: Quinteto para piano y cuerdas, El cazador maldito (poema sinfónico), Preludio, coral y fuga (para piano), Variaciones sinfónicas, Sinfonía en re menor, Cuarteto para cuerdas y su espléndida Sonata para violín y piano en La mayor.
Esta última es una de las obras para violín y piano más conocidas y más frecuentemente interpretadas. Escrita en 1886 y dedicada a Eugène Ysaye, quien la estrenó en Bruselas el 16 de diciembre de ese mismo año, es un reflejo de su constante y profunda preocupación con respecto a la forma sonata.
Los cuatro movimientos están unidos por la recurrencia de temas relacionados, una técnica derivada de Beethoven y que Franck refinó y perfeccionó durante años de experimentación. Este hecho contradice en cierta manera la afirmación de algunos críticos de que esta sonata es “una obra maestra incuestionable de la música de cámara francesa del siglo XIX”. Alemana, francesa o belga, da igual: estamos ante un ejemplo de arte pleno, patrimonio de la humanidad, una sonata en la que domina el trasfondo de un “principio cíclico”, el cual es manejado por Franck de manera tan consumada y certera que el oyente no tiene conciencia de la intrincada estructura que la sustenta, y eso es característico de las obras geniales. Sus cuatro movimientos discurren a lo largo de un tiempo de duración casi sinfónica. Como todas sus mejores obras, ésta fue compuesta durante sus últimos años de vida, que fue cercenada de la manera más inesperada al ser atropellado por un tranvía.
La serenidad de la melodía del violín al comienzo va ganando en intensidad hasta un rico y apasionado clímax. Inmediatamente, casi sin pausa, irrumpe el segundo movimiento, lleno de expresividad. El tercer movimiento presenta una bien moldeada calidad de improvisación. Pero es el cuarto movimiento el que va a cambiar el clima inesperadamente. El compositor introduce reminiscencias de los movimientos previos, formando un fluído ir y venir de temas acabalgados y apasionados, llenos de énfasis. Todo fluye de manera tan natural que no nos enteramos del trasfondo técnico que construye este canon que es, en realidad, la esencia de este fantástico final.FSE
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20-02-09 - Concierto-cena 35 años de la AFA
(La AFA agradece a Gregorio Fuertes
la cesión de la fotografía de la
violinista Naiara Castillejo en el
momento de interpretar una obra de Paganini).
Nicoló Paganini (Génova, 27.10.1782 - Niza, 27.05.1840).
Debido al impulso que dio al desarrollo de la técnica, su excepcional destreza y su extremo magnetismo personal, Paganini no sólo contribuyó a la historia de la música apareciendo como el máximo virtuoso hasta entonces en la interpretación violinística, sino que también –y debido a ello- porque atrajo la atención de otros compositores románticos, sobre todo a Liszt, acerca del significado del virtuosismo como elemento del arte con valor propio.
Las obras, cuyos títulos aparecen en el programa de la imagen, requieren ese tipo de virtuosismo que sólo pueden permitirse los muy veteranos y poseedores de una técnica diáfana e impoluta, pero también con el concurso de una musicalidad que le proporciona a esa técnica los pasos intermedios que unen de manera coherente un pasaje de difícil virtuosismo con el siguiente.
Se suele decir que Paganini ha sido el mejor y más virtuoso violinista de la historia de la música. Una afirmación temeraria, pues no hay duda de que hoy se toca con técnicas y métodos muy elaborados y que dan –ya han dado- frutos en famosos/as y excepcionalmente buenas/os violinistas, instrumentistas de élite que todo filarmónico conoce. Algunos han dado conciertos en Almería en los últimos tres o cuatro años. Y siguen forjándose violinistas del más alto nivel a pesar de los esfuerzos sobrehumanos que hay que hacer para encontrar un "lugar en el sol". Pero son jóvenes y la música misma los impulsa a seguir la senda recorrida por Paganini y otros de su talla, a pesar de que no se hallan en un páramo desviolinado (permítaseme el término) sino que, muy al contrario, tienen que hacer frente a una competencia desmedida. Sin duda, eso es bueno para la música y el aficionado filarmónico, aunque quizás no tan bueno para el intérprete.
Estando en Praga, en 1828, padeció infección de los maxilares, sufriendo dos operaciones quirúrgicas que tuvieron como consecuencia la extracción de todos los dientes. Podemos ver en los grabados una cronología patobiográfica de ello: En un retrato de Ingres, aún con dientes. En otro, de Begas, totalmente desdentado y con el consiguiente hundimiento de los labios. Y un tercero, en el que ya usa prótesis dental y los labios han vuelto por do solían.
Paganini significó la aparición fulgurante de una excepcional técnica de tocar el violín; antes de él no había necesidad de tocar con virtuosismo. Las obras más virtuosísticas eran las de Mozart y Beethoven (Bach, Vivaldi, Corelli, Tartini y el resto de los compositores del Barroco medio y tardío componían para un violín sin demasiadas posibilidades técnicas, las que empezarían a manifestarse con Beethoven y florecerían en todo su esplendor a mediados del XIX). Así, pues, la explosión de fuegos artificiales que supuso la aparición del fenómeno Paganini, primero componiendo obras ad hoc y después interpretándolas él mismo, se produjo sin previo aviso: nadie se lo esperaba. Para Liszt, Paganini fue una especie de revelación y, tras escucharlo, decidió convertirse en el "Paganini del piano". Sus seis o siete horas diarias de estudios de escalas en el piano fueron decisivas para la formación de su pianismo y quizás se derivasen de su asistencia al concierto de Paganini en París, en 1832, tras el que escribió una entusiástica carta a un amigo, ya comentada en las notas al concierto del día 19 de diciembre de 2008.
Heinrich Wilhelm Ernst (Brünn, Moravia, 06.05.1814 - Niza, 08.11.1865).
Este violinista y compositor, 25 años menor que Paganini, es una especie de segundo Paganini. En su juventud lo "perseguía" de ciudad en ciudad para absorber su estilo, copiandolo hasta de sus obras no publicadas. Así fue cómo interiorizó el estilo interpretativo y compositivo de su ídolo. No es extraño que el concierto de esta noche nos haya sonado “todo igual” como oí decir a una asistente. Ya de mayor, Ernst fue un violinista de élite, tanto que se atrevió a competir en público con el mismísimo Paganini, lo que ocurrió en Marsella en 1836. Naturalmente, el éxito se lo llevó el viejo Nicoló.
Eugen Ysaye (Lieja, 16.06.1858 - Bruselas, 12.05.1931).
Violinista, compositor y director de orquesta, fue el mejor violinista entre los belgas y franceses de su tiempo. Sus Seis Sonatas para violín solo forman parte del repertorio habitual. “Balada” es el único movimiento de la Tercera Sonata.
(En las figuras, Ernst e Ysaye)
El concierto-cena aniversario AFA 35 años en
La Voz de Almería del 25 de febrero de 2009.
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