Concierto de la OCAL el día 28-02-2010 en Almería


Manuel de Falla y la OCAL
El día 28 de febrero pasado tuvimos un concierto de la Orquesta Ciudad de Almería (OCAL) bajo la dirección de Michael Thomas. En el programa, tres obras de Falla: Cuatro de las “Siete canciones populares españolas” (Transcripción para cantaora y orquesta, con Estrella Morente). “Noches en los jardines de España” (Javier Perianes, pianista), “El Sombrero de tres picos” (Suite nº 2) y “El amor brujo”.
Ocurrieron cosas inexplicables. Lo bueno de la noche fue la interpretación pianística de Javier Perianes, quien en las ‘Noches’ desplegó su maestría con sonido claro y sugerente. Lástima que la orquesta no le siguió con igual nivel.
Pero esta reseña pretende sólo hacer un alegato en defensa de Manuel de Falla ante las tropelías de que fue objeto la noche de autos. Las Siete canciones populares españolas, además de que son siete y no cuatro, están escritas para soprano y piano (estreno en 1915 por la soprano Luisa Vela y el autor al piano). El título no es "Canciones populares armonizadas por Manuel de Falla" sino "Siete canciones populares españolas". Y eso significa que la importancia está en lo que ha puesto Falla: en ese prodigioso acompañamiento con piano, que podría decirse de él que es minimalista; toda la belleza e intimidad de esas pequeñas joyas, sencillas y sublimes como ninguna otra en su género, quedaron anuladas por esa transcripción para orquesta. Estoy seguro de que las canciones fueron bajadas de tono en algunas notas. Así, en El paño moruno y en la Seguidilla murciana, algunas notas agudas se cantaron uno o dos tonos más abajo de su lugar, desmochándose así los picos agudos de la melodía. Además, la Jota, Canción y Polo no se cantaron y los motivos no aparecían en el programa de mano, pero quedaron explicados para cualquiera que estuviese allí presente. Además, se usó micrófono y dos enormes altavoces ('monitores' les llaman) en el suelo y dirigidos hacia la cantaora para oírse a sí misma. Y ocurrió lo normal dadas las circunstancias: que temblaron los cimientos del auditorio y algunos temíamos por la integridad de los tímpanos. Por supuesto, la orquesta era un susurro inaudible al fondo, originándose un desequilibrio dinámico insoportable. ¿Por qué se contrató a una cantaora y no a una soprano con pianista? Es una pregunta que el aficionado tiene derecho a hacer y obtener respuesta y más aún cuando el precio de las entradas fue elevado en un 50% sobre el habitual. No basta la excusa de coincidir con el día de Andalucía.
Y llegó “Nana”, la canción de cuna más sublime de la música española, con ese acompañamiento pianístico que por sí solo es una obra de arte y que puede ser escuchado sin el canto y seguir siendo bello. Pues ahí estaba esa noche, sonando en una orquesta, cosa inadecuada y desafortunada. Es conocido que hay al menos dos orquestaciones, una de Ernesto Halffter y otra de Luciano Berio, pero en el programa no se menciona cual de las dos se hizo. Y los programas de mano están para esas cosas, para explicar que se iba a interpretar una transcripción para cantaora y orquesta, que se bajaría un tono algunas notas de la partitura y que se usaría amplificación eléctrica para la solista pero no para la orquesta. Pero eso sería tirar piedras en tejado propio. Además, el programa de mano se reducía a una cartulina de 14x10 centímetros, sin comentarios a las obras ni reseñas biográficas. Así que no cabía aclaración alguna al público ¿Para qué, además, si todo pasaría inadvertido? pensarían los organizadores. Pues algunos nos enteramos y es nuestra obligación contarlo. Si esa cantaora quiere cantar, que aplique sus dones -que aquí no se cuestionan- a su terreno, el canto flamenco o aflamencado, pero que deje en paz a las obras que están escritas y determinadas por el autor, al que se le debe un mínimo de respeto, tanto por parte de los intérpretes como de los organizadores que programan las obras y las maneras.
Y qué decir de la OCAL. A pesar de unos cuantos excelentes instrumentistas, el sonido no acaba de elevarse por encima de un nivel medianillo. Un solo dato definirá lo que quiero decir: La “Danza del fuego” es una pieza que tiene que hacer justicia a su nombre. Es una danza y lo es del fuego. Si añadimos que la protagonista la baila “para ahuyentar los malos espíritus”, como se dice en la partitura, tenemos ingredientes más que suficientes para esperar una interpretación enérgica, apasionada y hasta con desenfreno. Es decir, enfatizando los contrastes en la dinámica y en el colorido orquestal, aspectos que están indicados en la partitura de Manuel de Falla. Tiene correlatos en música, como la Danza Sagrada de La Consagración de la Primavera (de Stravinsky) o la Danza de los siete velos, de Salomé (de R. Strauss). ¿Alguien concibe estos fragmentos musicales interpretados sin énfasis ni pasión y sí con mucha languidez y blandura? En la noche de autos no hubo nada de lo primero y sí mucho de lo segundo. Esta orquesta está necesitando alguna renovación de algún tipo.

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